Pensar en Juana es viajar al embrión de mis primeros años en la moda. La mujer leonina llegó para quedarse embistiendo con cuernos de savia nueva, contundente, bella y peleona. Juana trincó el volante y lo sometió. Lo pilló una tarde de luz malva en su Córdoba dorada y zarandeó sus formas, sus texturas y sus dogmas hasta domar su evangelio y crearlo neófito y valiente, dispuesto a aprender una nueva manera de sentir y amar.
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